La galería Senda acoge una nueva exposición dedicada a Antoni Miralda (Terrassa, 1942), artista que desde los años sesenta ha construido una trayectoria muy personal entre la crítica política, el humor y la acción. Esta vez, el foco recae en una parte muy concreta de su obra, la que gira en torno al soldado, las estructuras militares y todo lo que éstas representan. Es una mirada hacia el pasado con una potencia que, pese a los años, resuena con fuerza en el presente.
El motivo de la muestra es la presentación del libro BOOOM 1962-1972, editado por Ignasi Duarte y coeditado por La Fábrica, que recoge una década clave en el trabajo de Miralda. En la galería, el libro toma cuerpo a través de una selección de fotografías, dibujos y esculturas, muchas de ellas nunca vistas hasta ahora. La exposición pone sobre la mesa cómo Miralda empezó a documentar —ya la vez transformar— su experiencia como recluta durante el servicio militar. Todo arranca en Los Castillejos, en 1962, cuando la cámara se convierte en refugio ante el absurdo y la violencia del régimen. Las imágenes que salió no sólo retratan la vida de cuartel, sino que ya dejan entrever la necesidad de entender el entorno a través de la distancia irónica.
Sèrie Bien/Mal, Antoni Miralda (1966)
Reincorporado al servicio en 1965, Miralda retoma el hilo con el Cuaderno de Castillejos, lleno de dibujos y apuntes hechos para no escuchar al capitán y escapar, aunque fuera mentalmente. Allí, la crítica hacia el aparato militar toma forma. Se suman piezas como Bien/Mal, una serie en la que manipula viñetas de manuales militares para poner en evidencia su lógica absurda. Son obras que funcionan como un estudio en caliente sobre el poder, la normalidad impuesta y las ganas de hacer frente.
La idea del soldado como figura que atraviesa espacios y discursos reaparece con fuerza en Soldados Soldés (1967), que se presentó por primera vez en la Galerie Zunini de París. Aquí, el soldado verde tradicional se blanquea -literalmente- y se convierte en una figura neutra que se extiende por todos los rincones. Es una especie de presencia que contamina todo, pero ya no con la fuerza de la autoridad sino con una actitud crítica, camuflada y constante.
Platja de Còrsega, Antoni Miralda (1969)
También se encuentran las esculturas de la serie Toile de Jouy, una intervención sobre mobiliario y objetos cotidianos, donde una tropa de soldados blancos invade el espacio doméstico. Con este gesto, Miralda se cuestiona la forma en que la iconografía militar se ha filtrado en nuestra vida cotidiana. Esta línea de trabajo se completa con la serie Hazañas bélicas, fotografías que recogen estas ocupaciones simbólicas, siempre con un punto de ironía, como si el artista se propusiera "mejorar" el paisaje. Uno de los momentos más icónicos del proyecto es cuando el soldado blanco de tamaño real sale a las calles de París. Este recorrido, filmado junto a Benet Rossell, acaba convertido en París, La Cumparsita (1972), una pieza audiovisual que está a medio camino entre la performance y el cine experimental.
Todo ello plantea Miralda con BOOOM una reflexión ácida sobre la guerra, el poder y la memoria. Los soldaditos se convierten en una manera de mirar el mundo, de preguntarse qué nos rodea y por qué. Y sí, quizás también es, de algún modo, un homenaje al soldado como víctima de un sistema que le convierte en pieza de una maquinaria que nunca se detiene.
El libro BOOOM 1962-1972, además de recoger todo este material, incluye textos que ayudan a entender el proceso creativo del artista y la vigencia de su propuesta. Porque, pese a los años, hablar de soldados, de defensa y de discursos de fuerza vuelve a estar, por desgracia, en boca de todos. Y en este contexto, la actitud de Miralda —aquella voluntad de estar en contra, de cuestionar lo que nos quieren hacer pasar por normal— sigue siendo necesaria.