Yo nací en el año 1979 y tengo la suerte de haber disfrutado el final de una época —que no sé cuándo empezaría pero que acabó el primer decenio del siglo XXI, quizás incluso en el 2008— en que el arte discurría elegante por una dimensión estética, atrevida, juguetona e incluso con todo. Claro que eran tiempos todavía prósperos, no teníamos redes sociales y el mundo no estaba ni tan globalizado ni tan afligido (y yo también era más joven, pero éste no es el quid de la cuestión). Ahora me toca vivir una época en la que el arte necesita una justificación moral y social, que se pueda legitimar, que el arte sea bueno para un mayor número de personas, o por lo menos que así lo pretenda o que así lo parezca, que ya hace el hecho. Y esto, comparado con aquello, a mí me aburre. Me aburre supinamente. Me aburren la falta de ambición, la falta de humor, el desprecio hacia el talento y el carisma, la tabarra ideológica que supura por todas partes y que ya no es sutil sino torpe y descarada, y como guinda del pastel, me aburre con bostezos infinitos un discurso conceptual general que reina. Y esto no sólo en el arte, sino en general, porque éste es el espíritu de los tiempos actuales, nuestro zeitgeist.
Todos formamos parte y todos contribuimos, pero hay que hacer una mención especial para la administración pública (la de aquí y de todas partes), que se apunta a la moda promulgando leyes más ideológicas que pragmáticas y bases de convocatorias y concursos que saben discernir entre el bien y el mal. Porque parece que la ética actual ha quedado reducida a esto, al bien y al mal, sin matices. Frente a esta manera dicotómica de vivir, haré una reivindicación de la estética. Y por estética, más que belleza sublime, preciosa y ordenada, quiero decir lo que Nietzsche llamaba lo dionisíaco, es decir, lo que abre las puertas de las emociones profundas, que trastoca, que impresiona y que conmueve, como el vino de Dionisio, y que amplifica el vitalismo, la voluntad de vivir. La echo de menos.
El mío, sin embargo, es sólo un problema de hastío. No pasa nada, tengo derecho a aburrirme. Ya sabemos que la historia es cíclica y que después de una etapa viene otra. También sabemos que no es necesario generalizar, que cada etapa se caracteriza por unas tendencias pero que se encuentran honrosas y valientes excepciones. Y también sabemos que cada yin lleva su yang y que ahora, en esta fase moral, tan apolínea y correcta, ya se está gestando la onda subversiva que nos llevará de nuevo al trasiego dionisíaco.