Marcel Martí nació en Alvear, Argentina, en 1925, pero acabó estableciéndose en Palafrugell, donde vivió hasta el final de su vida. Ahora, coincidiendo con los cien años de su nacimiento, el Museu Can Mario acoge una exposición que repasa su trayectoria. La muestra, que lleva por título Ritmo y materia y está comisariada por Aitor Quiney, va más allá de su faceta como escultor y abre el abanico para mostrar otros aspectos menos conocidos del creador.
Martí hizo dibujos, tapices, grabados y pinturas, y de hecho empezó con el lápiz. El dibujo fue para él tanto una herramienta de trabajo como una manera de decir cosas que quizás con los volúmenes no podía expresar de la misma forma. Aitor Quiney apunta que "aunque Marcel Martí siempre ha sido analizado como escultor, es sin duda, también, un dibujante de grandísima calidad y un poeta que escribía desde la adolescencia". Martí entendía el dibujo como la base de su forma de crear, no como un paso previo a la escultura. De hecho, uno de sus primeros trabajos publicados en la revista Ariel ya deja entrever cómo la línea y el volumen eran centrales en su mirada.
Títol no identificat, Marcel Martí (1953)
En los años cuarenta expuso por primera vez en Barcelona y, gracias a esa oportunidad, viajó a París, donde pudo entrar en contacto con artistas como Zadkine o Lhote, y donde también aprendió grabado con Paul Bornet. De aquella etapa inicial, las obras giraban en torno a figuras humanas idealizadas, sobre todo nudos femeninos y composiciones de grupo. Pero esto fue cambiando: a partir de 1957, Martí da un giro hacia formas más abstractas, aunque algunos temas, como las maternidades, siguen presentes. Este proceso le llevó a explorar materiales diversos como el bronce, la piedra, la madera, la cerámica o el cemento.
Títol no identificat, Marcel Martí (1974)
La exposición en Can Mario, que podrá visitarse hasta finales de noviembre, recoge piezas de pequeño y medio formato que muestran cómo su lenguaje va evolucionando, desde la figuración hasta una abstracción más limpia, siempre con un interés claro por el movimiento y por los espacios interiores. Martí buscaba equilibrio y armonía en sus creaciones, y esta manera de hacer también puede verse en los dibujos expuestos, algunos de los cuales tienen una vertiente más narrativa y surrealista, pero sin perder nunca esa línea clara que tanto le caracteriza. Tal y como apunta Aitor Quiney: "Son dibujos claros, sin ninguna sombra y con un lenguaje sencillo, a los que alguna vez les añade color. Algunos más literarios y de temas surrealistas también están presentes, pero menos, ya que son ilustraciones con un componente narrativo".
Forma amb tres caps, Marcel Martí (1959).
A lo largo de su carrera, obtuvo varios reconocimientos, como el primer premio Manolo Hugué o el galardón Julio González, que valoraba su forma de entender la forma, la textura y el peso de los materiales. Durante los años sesenta y setenta experimentó con nuevos soportes como el metacrilato o la fibra de vidrio, sin abandonar nunca a los más tradicionales. De hecho, en los noventa volvió al hierro, pero con un formato más reducido y un tono más íntimo.
Las piezas de Marcel Martí dejan entrever una trayectoria coherente, donde los cambios formales nunca supusieron una ruptura con lo esencial. Con los años, fue definiendo una voz propia y, como dice Maria Lluïsa Borràs, su obra “ha continuado inmutable a una manera de entender la escultura”, una evolución que no depende de lo que sucede fuera, sino que se nutre de su propio proceso, de su pensamiento y de su universo.
Agona, Marcel Martí (1998). Fundació Fran Daurel