“Mirar es dificilísimo, porque es lo último que se aprende, cuando empieza a faltar todo lo demás”, responde el viejo profesor de antropología a la joven Parthenophe, protagonista de la última película del director italiano Paolo Sorrentino. Esta frase es quizás no sólo la clave para entender el abigarrado mosaico de escenas e imágenes que componen el universo Sorrentino, sino también una forma de reclamar el posicionamiento crítico que pueden implicar a los aparentes ejercicios de evasión como dejarse llevar por lo que se presenta ante nuestros ojos. El caso contrario fue el mostrado por Pasolini en el cortometraje La sequenza del fiori di carta. A lo largo de poco menos de diez minutos de duración, el joven llamado Riccetto anda despreocupado con una flor roja de papel en la mano por las calles de Roma acompañado por la voz en off de un ser superior. Durante su feliz paseo, el montaje se ve interrumpido por las imágenes más crudas de la historia de la primera mitad del siglo XX. Ricetto es advertido por la voz en off: "La inocencia es un pecado, la inocencia es un pecado, ¿comprendes? Y los inocentes serán condenados porque ya no tienen derecho a serlo. No puedo perdonar lo que ocurre con la mirada feliz de la inocencia entre las injusticias y las guerras, los horrores y la sangre."
Sorrentino y Pasolini plantean un diálogo a través del tiempo en el que ambos directores parecen coincidir en un punto crucial: la mirada no es un acto pasivo, sino un ejercicio ético. Y mientras Sorrentino nos invita a observar con una mirada que mezcla con melancolía y asombro la belleza oculta, incluso en los rincones más oscuros y ambiguos de la condición humana, Pasolini no ofrece ningún refugio ante un espejo que nos devuelve una imagen que nos obliga a enfrentar la crudeza de la realidad sin edulcorantes, sin escapatoria. Si Riccetto se ve arrastrado a una conciencia brutalmente impuesta, Parthenophe se esfuerza por aprender a mirar de manera diferente: no como un ejercicio de juicio o condena, sino como una forma de habitar la paradoja del no-saber, un ejercicio de compromiso activo con el conocimiento por venir. En último término, una advertencia ante y contra la indiferencia de lo que ocurre ante nuestros ojos.