La galería Mennour de París presenta una nueva serie de obras de Daniel Buren en la que el artista continúa explorando los límites entre la pintura, el objeto y la arquitectura. En Du cercle aux carrés, Buren reúne altos y bajos relieves que incorporan espejos, colores industriales escogidos al azar y, por supuesto, su emblemática herramienta visual: las franjas verticales de 8,7 cm, blancas y de color, un motivo constante que funciona como un signo fijo frente al incesante flujo de variaciones formales y espaciales que lo rodean.

Daniel Buren, « Du cercle aux carrés, hauts-reliefs situados et in situ », Mennour (47 rue Saint-André-des-Arts, París), 2025. Detalles. ©️ DB-Adagp, París, 2025. Foto. Archivos Mennour. Cortesía del artista y Mennour, París.
Estas piezas que se podrán ver hasta el 20 de diciembre, se sitúan entre el plano y la tridimensionalidad, jugando con la percepción del espectador. Cada obra propone una composición singular de prismas y sólidos cromáticos dispuestos sobre una superficie circular imaginaria, organizada en cuadrículas regulares. Los elementos —a veces alineados, a veces entrecruzados o configurados como un tablero— generan un diálogo entre orden y azar, estructura y desplazamiento visual.
Los espejos multiplican estos juegos geométricos, creando ecos y repeticiones que transforman el espacio en torno a la obra. Las icónicas rayas de Buren aparecen en los laterales de los volúmenes, ocultas a primera vista, pero reveladas en los reflejos, recordando que su lenguaje visual no solo marca superficies, sino que también activa su entorno. El resultado es un conjunto de obras localizadas et in situ que modifican la percepción del visitante a medida que este se desplaza, haciendo de la experiencia un recorrido cambiante y profundamente sensorial.

Daniel Buren, « Du cercle aux carrés, hauts-reliefs situados et in situ », Mennour (47 rue Saint-André-des-Arts, París), 2025. Detalles. ©️ DB-Adagp, París, 2025. Foto. Archivos Mennour. Cortesía del artista y Mennour, París.
Aunque en esta ocasión Daniel Buren no interviene directamente en la estructura arquitectónica del lugar, sus obras generan un movimiento profundamente poético y sensorial que se activa únicamente con la presencia del visitante. A medida que el público avanza por la sala, las superficies reflectantes de los relieves se convierten en motores de transformación: multiplican lo visible, fragmentan el entorno, reorganizan silenciosamente las relaciones entre luz, color y volumen. Cada desplazamiento produce una nueva constelación de líneas, reflejos y sombras, de modo que la percepción nunca se estabiliza del todo.
Lejos de ser objetos fijos, las piezas funcionan como dispositivos ópticos que incorporan el espacio y a quienes lo habitan. Los espejos capturan fragmentos del entorno —un detalle del techo, una esquina de la sala, el gesto fugaz de un visitante— y los reincorporan a la obra, creando un diálogo perpetuamente renovado entre el interior y el exterior del objeto. Así, los relieves se comportan como organismos visuales en continuo proceso de mutación, abiertos a la contingencia de cada mirada y cada paso.
Esta movilidad perceptiva convierte al espectador en un elemento esencial de la composición. Su cuerpo, reflejado y encuadrado, se suma a la geometría cromática de los prismas, mientras que el espacio circundante es absorbido y redistribuido en infinitas combinaciones. En consecuencia, las obras no solo se observan: se experimentan. Revelan su naturaleza cambiante únicamente a través del recorrido, haciendo que cada visita sea única y que el espacio mismo parezca respirar junto con el movimiento de quienes lo atraviesan.