El Espacio Isern Dalmau de Barcelona en colaboración con la Galería Miguel Marcos presenta la exposición [NO] Asomarse al Interior de Bernardí Roig. La muestra consta de cuatro vídeos y una instalación llamada El cabo de Goya (2020). En la entrada, la escultura de un Sísifo contemporáneo parece destinado a arrastrar un haz de neones de colores con la resignación de la culpa. Bernardí Roig nos reta arrojándonos a una luz que si no la sabemos ver, la llevaremos encima como un saco pesado tal y como le ocurre a la figura que nos recibe a la entrada de esta exposición.
A continuación, rostros y cabezas, nos guían para hacer el recorrido muy pensado por el artista y nos encontramos con la obra “El naufragio del rostro” (2015) un autorretrato que nos mira y que evoluciona de aspecto lentamente durante 365 días, al fondo el rostro de su padre, dibujado sin tocar el papel, deja la imprenta sudario.
Sala adentro, detrás de los primeros rostros, aparecen más cabezas. A la izquierda “Repulsion exercises” (Salomé), 2006, aquí no hay bandeja de plata con la cabeza del profeta. Ni madre a la que llevarle la cabeza decapitada. Vemos una cabeza de bronce que rueda empujada por las patadas de una mujer con tacones altos, el veja y orina sobre él.

También la micción es el eje del siguiente vídeo “Cuidado con la cabeza” (El baño de Acteón) una versión invertida del mito griego de la lluvia dorada referida a la historia de Diana. Vemos una escultura masculina cerrada bajo una verja en medio del asfalto de una gran ciudad. El centauro urbano es recluido como fue encerrada Diana en una celda de bronce por su padre. Sobre su rostro cae una lluvia de dorada, liberadora. Tal y como Zeus hizo transformándose en una lluvia de oro para entrar en la celda de Diana fecundándola.
Entre los dos vídeos hay una instalación que parece un punto y aparte "El cabo de Goya" (2020) que hace referencia a un hecho histórico. Goya muere en el exilio en Burdeos, nadie reclama su cuerpo hasta sesenta años después, cuando se abre la tumba y aparecen los restos del cuerpo, pero la cabeza no está. Quizás una consecuencia de haber cultivado la parte oscura de la existencia. Sobre esta decapitación Bernardí Roig realiza treinta dibujos con la intención de imaginar el retrato posible de la cabeza ausente, son dibujos ligeros casi caligrafías, a diferencia de los 3 kg que puede pesar una cabeza de adulto, por cierto, el mismo peso que tiene la estatua de los premios de cine que lleva su nombre.
Una figura sentada frente a los dibujos tiene los ojos heridos y dorados, quizás el rastro de unos broches de oro y todo parece una nueva alegoría mítica, la de Edipo, y el incesto con Yocasta, su madre. Parece digo, porque en el contexto de la obra sobre la cabeza de Goya considero que es más una corroboración que la mirada no es siempre hacia afuera, sino también hacia adentro.
Lo demuestra el hecho de que frente a la instalación, Bernardí Roig nos explica que esta ausencia de la cabeza robada y perdida, da pie a que cada uno de nosotros haga el ejercicio de reencuentro y contemplar su pensamiento, la misma mente, el mismo cerebro. Es una invitación a sacar el NO, de eliminar la negación inicial de dejarla como “Sacar la cabeza al Interior”, esto me animaron a hacer la siguiente aproximación interpretativa.
Una forma de asomarse al interior es a través de lo que podríamos llamar la acefalia mística. La cabeza cortada y su iconografía la hemos visto con el Bautista como venganza, pero también puede ser una fuente de conocimiento. Esta iconografía la encontramos en occidente con el monje descabezado de Zurbarán, éste, contempla la propia cabeza cortada, digamos que se contempla a sí mismo en un ejercicio de plena conciencia. Francesc Torres utilizó esta imagen para su instalación "Perder la cabeza" en el Tecla Sala (abril 2.000), una figura de cristal del cuerpo del monje pintada a tamaño natural, mientras la cabeza gira y gira sobre una cinta transportadora de maletas de aeropuerto. También encontramos algo parecido a oriente con Chhinnamasta, una diosa hindú tántrica que se decapita a sí misma cortando la ilusión del ego, del yo y la niebla de los pensamientos, que no conectan o no pueden conectarse directamente con la verdadera realidad del mismo ser.
Ambos casos se indica la necesaria acción virtuosa que se desprende de este mirar en el interior que nos propone el título de la exposición, es una invitación a adentrarnos en nuestra mente, es una autoconciencia necesaria, pero, aún más, es también una manera de recordarnos que si contemplamos en quietud, interiormente nuestro centro de conciencia, más convencionales de pensar, penetraremos en la "oscuridad del no-saber", en la que se renuncia a toda aprehensión del entendimiento rutinario y donde sólo es posible la escucha, el silenciamiento contemplativo de quienes somos.
El recorrido finaliza con una clicada de ojo propia de la condición posmoderna: “la joie de vivre” (2018), una doble citación, un homenaje al conocido cuadro de Matisse donde encontramos también el esbozo de su danza de mujeres con cuerpos generosos celebrando la vida, tal y como las vemos danzando en la “Tabacalera” de Madrid, Aparentemente, una “salida de campo” del artista en el recorrido que hasta ahora nos habíamos marcado, pero no tanto, porque quizá, como pretendía Matisse, es una invitación a dejarse llevar, un canto a la existencia a consecuencia de éste asomarse al interior.