Poniéndome a escribir esta crónica sobre la exposición de Patricio Vélez, Dibujos Irradiantes y Ferran Giménez, Arkhé , me encuentro con una dificultad inicial y es que ambos, los que conozco lo suficiente, son artistas desconfiados de la palabra crítica. Tal como será Jordi Aligué, gestor de este Centro Experimental de las Artes en el Parque del Garraf en Begues, un artista HacMoriá de raíz y corteza. Carlos HM con la ironía habitual, nos consideraba a los que charlamos como criticarros.
A pesar de esta desconfianza, Patricio Vélez ha escogido para la hoja de sala un fragmento de un texto escrito por Rosa Queralt en un lejano año de 2002, cuyo sentido todavía perdura en su memoria. Revisar y recordar la palabra crítica es el mejor reconocimiento para quienes nos dedicamos a la crónica del sentido del arte. Si las palabras o las obras son verdaderas, no acusan el paso del tiempo.

Este texto de la entrañable Rosa Queralt habla de que el dibujante, y por extensión el fotógrafo que dibuja con luz, interiorizan lo visto, habla también de dejarse llevar por la experiencia de mirar y de poner en marcha muy especialmente: "su principio activo, que es generar vida, flujo, energía, intentando liberarse de cualquier conocimiento adquirido, mientras lo construyen a cualquier conocimiento adquirido".
Por eso, en este texto sobre la exposición, no quiero hablar de las obras expuestas, sino sobre esta desconfianza, hacia los conceptos o las palabras, e ir a favor de esa energía que menciona a RQ que nos libera de los conocimientos adquiridos, dejando a la obra en sí misma: sola, integra y perfecta.
El arte contemporáneo necesita el complemento de la palabra, porque de los tiempos de los manifiestos y vanguardias, nos hemos hecho a la idea de que toda imagen necesita una palabra que la complemente o la explique. Se ha hecho costumbre de que toda exposición de arte vaya acompañada de alguna reflexión, hecha normalmente por un crítico o especialista oa veces por las palabras del propio artista. Yo me he dedicado toda la vida haciéndolo y todavía lo hago. En las ruedas de prensa se espera siempre la palabra esclarecedora del artista o del comisario.

Muy a menudo, cuando se toma la palabra, las diversas propuestas hechas por las galerías e instituciones artísticas, que conozco, y las obras de los artistas contemporáneos, hacen discursos complejos de carácter sociológico, político, antropológico, lingüístico incluso filosófico. La exposición "Fabular paisajes" Museo Habitat de Manuel Borja Villel es un buen ejemplo de esta búsqueda de complejidad conceptual.
Siempre me ha parecido que cuando un artista adopta alguna de estas disciplinas se pone en una situación de debilidad, a pesar de las palabras sofisticadas que utilice, siempre estará en falso, en desventaja, nunca estarán a la altura de las reflexiones teóricas de los especialistas, pero aun así insisten.
¿Cuál es el poder real del artista que nunca podrán, ni soñando, tener a los autores de los discursos teóricos de la complejidad conceptual?
Pues precisamente siguiendo el camino que vayamos proponiendo, en sintonía con el argumentario ya citado en el texto de Rosa Queralt, y no es otra que actúe el poder del arte para generar vida, flujo, energía. Por eso es muy necesario dejar a un lado todo el apriorismo conceptual, el conocimiento adquirido, y dejar que la obra se construya a sí misma, incluso más allá del yo autárquico del autor.
El arte es un proceso de transformación interna y profunda que, sin negar la palabra, necesita otras herramientas bien afiladas, como el pensamiento simbólico, la analogía, las correspondencias, el sentimiento interno y sobre todo, la intuición a-lógica, el desprendimiento de la carga culturalista y antropocéntrica, vehiculadas a través de la forma y la mirada. Sentimientos y sensibilidad no son hechos primarios, sino que dialogan e incluso se superponen a la alta complejidad de los conceptos. Debemos reencontrar nuevamente la energía primordial e irradiante del arte.
El mundo de las palabras y los conceptos es muy diferente del arte. Quizá fuera necesario reencontrar el silencio, la mirada hecha del interior y favorecer un estado benéfico de contemplación.
Alguien puede pensar: cómo podemos acceder a esta contemplación cuando lo que vemos y nos inspira es el infierno de la destrucción, los problemas identitarios, la preocupación por la naturaleza, el cuidado del cuerpo, el amor y la muerte.
Ciertamente, tengo el convencimiento de que a través de la práctica profunda del arte irradiante, del poder del arte para generar vida, flujo, energía y no tanto de los conceptos racionalizables, es posible encontrar los mecanismos útiles para conseguirlo, y con las herramientas de la mirada, forma y contemplación transmutar nuestra relación con el infierno.