La Fundació Vila Casas ha sido durante décadas una de las instituciones privadas más relevantes del ecosistema artístico catalán. Con un papel estratégico incuestionable, ha contribuido a visibilizar el arte contemporáneo del país, consolidando una red de museos y espacios de exposición que se han convertido en referentes dentro y fuera de Cataluña.
Sin embargo, en los últimos tiempos la institución atraviesa una etapa convulsa. Primero llegó la dimisión en bloque de una parte del patronato y de la junta directiva -donde había nombres tan destacados como Antonio Sagnier, Joan Font, Artur Mas y Daniel Giralt-Miracle-, señal de alarma que ya anunciaba movimientos profundos. Ahora, con la marcha de tres figuras muy significativas -Joan Torras i Ragué, director general y limpio sobrino del sr. Villa Casas, con dieciséis años de trayectoria en la institución; Olga Garceran, directora financiera, con veintiséis años de dedicación a la Fundació; y Natàlia Chocarro, asesora de arte de Presidencia y directora del programa Punts de Fuga, con veintiséis años de trayectoria— la situación resulta aún más delicada. Los tres han vivido y trabajado intensamente por la Fundación, aportando tiempo, conocimiento y complicidad.
Los cambios, por supuesto, forman parte de la vida de cualquier institución. Las renovaciones son necesarias y, a menudo, imprescindibles. Sin embargo, la forma en que se gestionan estas transiciones es clave: deja un poso amargo tanto entre los propios como entre los observadores externos. No se trata de cuestionar la legitimidad de los cambios -toda dirección tiene el derecho y el deber de tomar decisiones- sino de recordar que, en especial en el mundo cultural, las formas también son el fondo. La Fundación Vila Casas, con todo su peso simbólico y estratégico en el tejido cultural catalán, merece un debate sereno sobre su futuro.
En fecha como el 11 de septiembre, que siempre tuvo un significado especial para Antoni Vila Casas, esta reflexión se hace aún más necesaria. Antonio, como muchos de los que le conocíamos le llamábamos cariñosamente, que se identificó con el proyecto nacional de Catalunya, habría vivido con una tristeza especial estas vicisitudes y estas maneras de hacer tan diferentes a su talante. Algunas, cabe decirlo, también fruto de que el propio Vila Casas, tal vez, no dejó suficientemente resuelto el relevo, ni el futuro de la institución.
Así pues, lo que está en juego no es sólo la continuidad de un proyecto fundacional, sino también la forma en que el país cuida sus instituciones, su patrimonio contemporáneo y aquellos que le han dedicado buena parte de su trayectoria vital.