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Editorial

Acantilados de cristal: los derechos culturales como urgencia democrática

Obra de Jannis Kounellis.
Acantilados de cristal: los derechos culturales como urgencia democrática

La cultura no es un lujo, ni una suscripción premium de fin de semana. Es un derecho, una capacidad innata, como defendía Joseph Beuys: todos somos artistas porque somos seres capaces de crear. Reducir la cultura a un objeto de consumo es amputar a la ciudadanía.

Hablar de derechos culturales implica hablar de equidad, igualdad de acceso, participación real. No es suficiente que existan museos o teatros: la pregunta es quién puede entrar, quién se reconoce y quién queda fuera.

Las instituciones no pueden limitarse a programar actividades. Su responsabilidad es doble: garantizar la infraestructura para que nadie quede excluido y dotar económicamente a la cultura, porque sin presupuesto no hay derechos, sólo declaraciones. Invertir en cultura no es filantropía: es una inversión en democracia.

En el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), la mesa sobre Derechos culturales y los nuevos retos globales del 9 de septiembre que pude asistir, en el marco del encuentro Iberoamericano de Derechos culturales y economía creativa", reunió voces de Costa Rica, Perú, España, Panamá y Brasil -eché de menos países tan destacados como México la organización de Estados Iberoamericanos por la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) Hay que decir que siempre es interesante buscar la sutileza y las connotaciones que supone cuando se habla con el término Iberoamérica o Latinoamérica. normativas, de reconocimiento profesional, de la transversalidad de género y de la cultura como vector para la Agenda 2030 y la próxima Mondiacult 2025. Un mosaico latinoamericano que demuestra que las soluciones no son locales, sino compartidas.

En Latinoamérica, esta reflexión no es nueva: hace años que varios países han creado ministerios o direcciones nacionales dedicadas específicamente a los derechos culturales. El Brasil, por ejemplo, cuenta con la Fundação Nacional das Artes (Funarte) y una Secretaría de Cidadania e Diversidad Cultural que sitúan los derechos al centro; Panamá ha creado una Dirección Nacional de Derechos Culturales y Ciudadanía; y en México, la Secretaría de Cultura incorpora programas que reconocen los derechos culturales como parte de la vida democrática. Estos precedentes muestran que la región ha sabido adelantarse y ofrecer modelos inspiradores para el debate global.

Y quizá el concepto que más me sorprendió fue el de "Acantilados de cristal" (Acantilados de cristal) y es cuando los gobiernos funcionan, las mujeres no suelen estar en primera fila; pero cuando todo se tambalea, ellas entran a gestionar el riesgo. Esta paradoja —el acantilado de cristal— atraviesa también la cultura: ¿por qué se las delega sólo cuando el suelo se resquebraja? El reto es garantizar la igualdad estructural, no convertir la fragilidad en destino.

Los derechos culturales son la única forma de sostener sociedades plurales en un mundo en crisis climática, digital y política. No basta con proclamar que «la cultura nos une»: es necesario financiarla, abrirla y redistribuirla. Porque sin cultura no hay ciudadanía. Y sin ciudadanía no existe democracia.

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