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Reportajes

Marta Palau, la artista olvidada del exilio republicano catalán, vuelve a casa

La obra de la catalana que se exilió en México, antídoto de resistencia contra las políticas anti migratorias de Trump.

Marta Palau, Cascada, 1978. MUAC
Marta Palau, la artista olvidada del exilio republicano catalán, vuelve a casa
Josep Massot - 22/06/25

Es una de las artistas nacidas en Cataluña más innovadoras en las prácticas artísticas y que más interpelan nuestra contemporaneidad y, sin embargo, salvo la exposición de La Lonja de Zaragoza (2014) y el Museo Morera (2015), su obra no ha recibido el reconocimiento que merece hasta hoy, cuando el Museo Tàpies, a partir del 27 de febrero, pondrá fin al largo «exilio» de Marta Palau (Albesa 1934-Ciudad de México 2022).

«Mi madre llegó a México en 1940 a los seis años sin nada y sin saber hablar español», dice en buen catalán desde Tijuana la hija del artista, Marta Gassol. «Mi abuelo Francesc —prosigue— había estudiado a Salamanca en tiempo de Unamuno, era médico y regidor de la CNT destinado en un hospital de Terrassa, y, al acabar la Guerra Civil, pudo huir de los campos de trabajo en España y Francia antes de conseguir pasaje para América y, en el jefe de poco tiempo, reclamar a su familia. No hay que decir que sus vidas corrían peligro de muerte a Albesa».

  • Marta Palau y su hermana Teresa, en el momento de su exilio.

El 8 de enero de 1940, gracias a la ayuda de la Junta de Ayuda a los Republicanos Españolas (JARE) y a los ciento dólares enviados por Francesc Palau, Antònia Bosch y sus dos hijas, Marta y Teresa, embarcaron a Lisboa en el barco italiano Vulcania rumbo en Nueva York. «Desde allí —dice Marta Gassol— tuvieron que hacer el viaje por carretera hasta Nuevo Laredo. La solidaridad republicana, sobre todo de un amigo exiliado madrileño, y del Gobierno de Lázaro Cárdenas, los ayudaron a iniciar una nueva vida en México con cultivos de tomate o algodón y la profesión de médico. «Mi madre se casó con Albert, médico, como mi abuelo materno, e hijo de Ventura Gassol. El que fue consejero de la Generalitat vivía en Suiza y era una excelente persona y se sentía orgulloso de haber sido el primer ministro de Cultura del mundo y de haber salvado a tanta gente durante la guerra».

Marta Gassol recuerda que, una vez instalados en Tijuana, su abuelo materno, con la memoria de la Guerra Civil viva, bromeaba con la conveniencia de vivir en la frontera «por el que pudiera sobrevenir». «Tijuana —continúa diciendo— los recordaba su tierra natal. El clima mediterráneo, las montañas, el mar, las viñas». Haber nacido entre campesinos y ser hija del exilio republicano marcaron a su madre. Vivió el exilio como una herida, pero también como una fuente de creación que la impulsó a buscar en sus raíces catalanas y mexicanas una manera de resistencia.

  • Marta Palau y Ventura Gassol.

Marta Gassol retrata a su madre como una trabajadora incansable que practicó todos los modos del arte, grabado, pintura, escultura, cerámica, instalación o tapiz. En México estudió pintura con otro artista exiliado, Bartolí, y en los años sesenta, tapiz con Josep Grau Garriga en Barcelona. Palau fue una de las artistas más relevantes del México contemporáneo, tanto por su innovación técnica como por la profundidad simbólica de su obra. Su arte, profundamente ligado a los materiales naturales, como ramas, el henequén, hojas de maíz, yute, ixtle, raíces, arcilla, corcho o vidrio, remite a una dimensión mágica y ritual que dialoga con las cosmovisiones indígenas. Pero su discurso va más allá del estético: en sus instalaciones y esculturas hay una crítica incisiva en las fronteras como símbolo de represión, una defensa de la migración y un análisis agudo de las violencias ejercidas sobre los cuerpos, especialmente los cuerpos femeninos.

Palau desafió los cánones patriarcales del arte y se atrevió a representar el deseo sexual femenino (La cascada, que puede evocar una gigantesca cascada de esperma y creación de vida) en una época y un contexto cultural donde estos temas eran tabú. Su obra invita a reflexionar sobre los migrantes que buscan un futuro mejor en los Estados Unidos. La experiencia del exilio le permitió empatizar profundamente con las vivencias de quienes huyen de sus países de origen a causa de la violencia, la pobreza o la persecución. En este sentido, su obra no solo reflexiona sobre el pasado, sino que interpela directamente al presente. «Si en la prehistoria las olas migratorias eran de Norte en Sur, ahora siguen el camino inverso», dice su hija.

  • Marta Palau, Doble Muro, 2006.

Las políticas de Trump, que intensifican la deportación masiva y fomentan la criminalización de los migrantes y los discursos de odio, resuenan como un eco oscuro en la práctica artística de Palacio. Sus piezas invitan a reconsiderar la frontera no como un límite, sino como un espacio de interacción y transformación. Las fronteras no solo dividen, sino que también son espacios donde se libran las luchas por la dignidad y los derechos humanos.

Marta Gassol, que es ginecóloga en Tijuana, destaca una inmensa vagina de arpillera, titulada Ilerda, guiño al lugar de nacimiento de su madre y al poder fecundador de la naturaleza. O la instalación Doble Mur, siete hileras de ramas secas, simulando una precaria escala, apenas unidos los frágiles peldaños, alrededor de la silueta de una persona yacente a tierra, como las siluetas de yeso que dibuja la policía. «Es —dice Marta Gassol— recordatorio del migrando muerto en la frontera, campesino que la única tierra que posee es la que cubre su petate y que cuando muere le entierran con él». Escalas, al mismo tiempo, que pueden servir para superar barreras físicas y políticas o acceder a un estadio superior de la conciencia. “Ella —dice su hija— no solo creaba obras, sino universos, tejidos de símbolos que conectaban historias humanas con la tierra, las raíces culturales y el espiritual”.

  • Marta Palau, Ambientanción alquímica, 1970. Museo Amparo

Al mismo tiempo, Marta Palau explora la dimensión transformadora del trabajo manual, olvidado por las sociedades industriales, y reivindicando técnicas textiles y materiales naturales para recuperar la dignidad de los trabajos tradicionalmente asociados con las mujeres, como el tejido, los nudos o el bordado. El artista aborda la representación de la mujer como símbolo de bastante telúrica y conexión ancestral con la naturaleza y el cosmos: la mujer como naualli (embrujadora o maga), como creadora, como poder transformador y de metamorfosis, mujer que desnudos hilos como fibras de vida. «Ella decía que era una naualli, la mano poderosa, mágica, creadora, cuidadora de la tribu, chamánica»; es decir, el arte como mediador entre el material y el espiritual y espacio de resistencia», subraya su hija, que será presente en la inauguración de la exposición Mis caminos son terrestres, comisariada por Imma Prieto, directora del Museo Tàpies, con la colaboración del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México (MUAC).

  • Marta Palau, Ilerda V, 1973. MUAC

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