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Opinión

Gaudí antes de Gaudí

Xavier Medina Campeny, Evangelistes. Foto: Marta Pérez / EFE
Gaudí antes de Gaudí
Jordi Bosch barcelona - 18/04/25

Cuando en los años setenta estudiaba en Barcelona, frecuentaba un piso de la Casa Milà, La Pedrera, en el paseo de Gràcia, alquilado por los padres de un amigo gerundense. El exterior impresionaba, pero el interior, una casa particular de apartamentos y oficinas, dependía del respeto de inquilinos y administradores hacia su evidente singularidad. Esta dejadez pública respecto a uno de los edificios más genuinos de la ciudad simbolizaba la distancia que había ido tomando Barcelona respecto a Antoni Gaudí.

Unos años antes, cuando los hermanos nos traían de excursión a Barcelona, visitábamos el Parc Güell, única construcción del frustrado proyecto de ciudad jardín encargada por Eusebi Güell en Gaudí. El delirio creativo y mágico de las figuras y formas del parque fraternizaba con la suciedad y la degradación. La continuidad del conjunto de obras y edificios de Gaudí, evitando su desnaturalización o desaparición, no tenía otra garantía que el mito de la Sagrada Família inacabada. Y tampoco lo tenía fácil. Durante la posguerra eran pocos los nombres, como Salvador Dalí o José Luis Sert, que mantenían vivas las referencias a la obra singular de Gaudí. Fue cuando se publicó un demoledor escrito firmado por numerosos arquitectos, incluyendo Le Corbusier o Alvar Aalto, que pedían detener las obras definitivamente y no terminar el templo. Unos años después, en un Informe semanal de TVE, un enfant terrible de la arquitectura barcelonesa iba más allá y sugería incluso que se demoliera.

Era evidente la animadversión que había provocado la forma de continuar la obra de Gaudí. Crítica compatible con el hecho evidente de que hoy su legado se sitúa frente a la preferencias de los visitantes de la ciudad. Recuerdo que cuando era pequeño, en misa, un domingo al año, se pasaba el cepillo de las limosnas dedicado a financiar la continuidad de las obras. Una hoja parroquial parecía ironizar con un texto del que se desprendía que faltaban 150 años para terminar las obras, con ese ritmo de donaciones, incluyendo una frase de Gaudí: “Mi cliente, Dios, no tiene prisa.” Ahora, a 26 euros la entrada más barata y 4 millones de visitantes anuales, el dinero lo sale por las orejas, pero no hay manera de terminar las obras. Había un Gaudí antes del actual Gaudí. Pero sin el fanatismo de los japoneses, que empezaron a visitar obsesivamente los edificios de Gaudí a partir de un exitoso documental de Hiroshi Teshigara, y el descubrimiento del Ayuntamiento preolímpico de que lo único diferente a todo que Barcelona podía enseñar en el mundo era Gaudí, las cosas quizá habrían sido distintas.

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