Dos visiones de la modernidad a partir de la obra de Zuloaga y Anglada-Camarasa en el CaixaForum de Palma de Mallorca. Muestra, recorrido y viaje inédito que enfrenta, pero también conecta, la obra de dos grandes pintores del arte moderno español. Ignacio Zuloaga (Éibar, 1870 - Madrid, 1945) fue un artista más austero, dramático y sombrío; Hermenegildo Anglada-Camarasa (Barcelona, 1871 - Pollensa, 1959), destacó por su colorismo y modernismo.
Hasta el 16 de agosto se podrán ver 26 obras en total de esta exposición en el Gran Hotel, trece de cada artista con un eje principal: encontrar las afinidades y diferencias entre Zuloaga y Anglada-Camarasa. Interesante es la parte museográfica del trayecto museológico, porque se presentan por parejas temáticas de ambos, ya sea retratos de mujeres, majas, paisajes o escenas populares. En paralelo a estas obras expuestas, se incluye en el CaixaForum de Mallorca cartas personales, fotografías y documentos que revelan esta amistad entre los dos artistas.

Una amistad que parte de un momento concreto, la Exposición Universal de París de 1900, cuando la capital francesa comenzaba a sobresalir como capital artística del mundo. De aquel inicial encuentro surgen años de amistad y relación que da como resultado esta exposición comisariada por Margarita Ruyra de Andrade, directora de la Fundación Zuloaga.
Zuloaga y Anglada-Camarasa abordaron en sus pinturas temas muy apreciados en el París de su época, como las figuras de gitanas y majas, así como paisajes de fuerte carga expresiva, todo ello bajo la influencia del impresionismo y el posimpresionismo. No obstante, sus trayectorias estilísticas presentan marcadas diferencias: mientras Anglada-Camarasa desarrolló un lenguaje visual luminoso, decorativo y con ecos orientalistas, Zuloaga se decantó por una estética más sobria, realista y detallista, que ahonda en el carácter y la tradición española.

Este binomio de artistas exitosos, pero a la vez polémicos, fue clave para entender el arte hasta la Primera Guerra Mundial. Ambos artistas se mantuvieron fieles a sus estilos profundamente personales, alejados del academicismo y de la pintura complaciente que dominaba entre muchos de los artistas establecidos en Madrid, quienes solían monopolizar los encargos oficiales y los reconocimientos institucionales.