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Opinión

Todos somos comisarios

Harald Szeemann. Foto: AP/Keystone, Walter Bieri.
Todos somos comisarios

Desde el arte nos adelantamos a menudo al mundo de mañana. El arte ya se ha diluido en la vida, que a su vez se ha convertido en una imitación del arte; y en las mejores escuelas de marketing se estimula el culto más genuino de la personalidad. Lo mismo podríamos decir del género, los cuidados, las hibridaciones, ideas emergentes ya anunciadas en la práctica artística desde hace decenios. La misma lectura podríamos hacer del oficio de comisario. Tal y como advierte David G. Torres en su novísimo —y brillante— ensayo El ojo espejo, hoy, en la selva contemporánea, todo el mundo más o menos hace de comisario. La tarea de curador tiene analogía con la que ejercemos la mayoría de mortales cuando debemos pensar, seleccionar, relatar y divulgar las desventuras vitales en la esfera digital. ¿Y quién no lo hace? Alguien ya habrá advertido el auge de la figura del curador de contenidos (content curator) en el campo del marketing digital.

La IA nos detecta la creación de este nuevo modus vivendi desde el año 2009, por parte de un gurú del neomarketing digital, el best-seller y autor del Wall Street Journal, Rohit Bhargava, el mismo que se anuncia en redes como trend curator. Como si estuviera poseído por el espíritu de Harald Szeeman, ese 2009 Mr. Bhargava publicó el Manifesto for the content curator, libro de cabecera para la formación de una de las profesiones, según el gurú, que mayor crecimiento ha tenido en los últimos años. Bhargava se inspiró en los curadores de exposiciones para extrapolar los principios de su trabajo en el mundo digital. Así, el contento curator es aquella figura que ante la abrumadora demasiado formativa existente hoy en relación con un tema o perfi l determinados, es capaz de investigar, fi ltrar, ordenar, proponer y comunicar información seleccionada de calidad. ¿Siente tocar campanas?

Esta realidad en auge contrasta con la vida propia del curador de exposiciones. Según la Radiografía del comisariado del CONCA (2024), son pocos los que se pueden dedicar en exclusividad; y quienes lo hacen, se salen a través de derivadas aparecidas en los últimos años, como la dirección artística o la docencia. El profesor de arte, cuando imparte una clase propia y no impuesta, está haciendo una curadoría de contenidos artísticos: un fin de trato de calidad donde hay investigación, discurso y comunicación. Lo mismo en la dirección de arte: programar es investigar, estructurar, relatar; en el mejor de los casos también es cuidar (artistas, públicos, contenidos). Pero seguramente lo que quisiéramos todos es poder vivir en exclusividad como curadores de exposiciones libres y sin lazos estructurales con instituciones. Es la práctica ideal de nuestro oficio, que por su inviabilidad quizá debamos dejar de llamarlo como tal. Mientras unos soñamos o buscamos prácticas curatoriales sustitutivas, otros hacen el caníbal con nuestros rasgos identitarios para ascender en el mundo digital. Pero hay una actitud que se dejan por el camino: la mirada crítica desde el arte, es decir, hacia el mundo, que queremos celebrarlo, sí, pero también, y principalmente, cambiar.

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