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Opinión

Cuando el arte emergente deja de serlo...

Núria Güell. Apàtrida per voluntat pròpia, 2016.
Cuando el arte emergente deja de serlo...

Cuando el arte emergente deja de serlo, tiene dos caminos: la consolidación o el olvido. Hay más caminos, ya lo sé, pero no tengo mucho espacio para explorar la cuestión. El problema del arte emergente es que, si no llega a un estadio superior, podríamos decir de forma expandida el de la postemergencia, y cae en el olvido, muy poca gente recordará lo que hicieron una serie de artistas, que programaron una serie de centros, que un número de espectadores observó.

Y, por tanto, las sucesivas emergencias artísticas volverán a nacer de cero, no tendrán en cuenta lo que ya habían hecho colegas suyos en tiempos más o menos remotos y, así, sucesivamente. Afortunadamente, ahora ese bucle se ha roto en Catalunya. Hay unas emergencias artísticas (las de los años noventa del siglo pasado hasta la fecha; o, por ser más exactas con los tiempos de las prácticas emergentes, hasta ayer) que han sido consignadas. Tenemos un relato de cosas que ocurrieron en el mundo del arte y que David Armengol ha situado en la condición de la emergencia artística. Lo ha hecho en el libro Art emergent: la cosecha y el viaje, que se distribuyó el pasado otoño.

El libro forma parte del vendaval propiciado por Enciclopèdia Catalana, muy especialmente gracias a Joan Ricart, director de la colección Univers Art, que está creando un corpus bibliográfico en lengua catalana de primera magnitud. Y, desgraciadamente, único. El relato de David Armengol es fluido, su crónica sobre el arte emergente deja huella. A partir de ahora existe un testimonio escrito de artistas, procesos, lugares, etc. sobre el arte desplegado en Cataluña que hasta ahora no había merecido acta notarial, por decirlo de algún modo. La elección del autor, el hablar a partir de su experiencia, puede parecer a veces algo personalista, pero créanme si os digo que cuando uno escribe sobre la inmediatez, no sobre el pasado, siempre habla por lo que ha vivido, que ha hecho (o que no ha hecho, claro), y esconderlo es engañar al lector.

Hay un momento en el que Armengol escribe que hacer una historia del arte emergente no es posible. "Es casi un oxímoron", escribe Armengol. Y estoy de acuerdo. Aquí no valían las cronologías positivistas y las notas a pie de página virtuosas. Pero cuando uno toma el tono de la crónica, es cuando más capaz puede ser de reconstruir los contextos políticos y culturales en los que pasó todo lo que David explica tan bien. Cuando hablas de estos contextos sin haberlos vivido, haces conjeturas, por mejor historiador que seas. Pero cuando lo has vivido, tienes el conocimiento y la legitimidad de contar, no sólo el arte emergente, sino las condiciones políticas en las que se ha desplegado.

Será una obsesión mía, o de mi generación, pero habría agradecido alguna pincelada crítica que hiciera aflorar la precariedad general en la que se mueve la emergencia artística; la repetición de nombres en instituciones, jurados y programaciones; las políticas de partido que cerraron centros de arte, no por razones económicas, sino por pura desidia. Un ejemplo: el alcalde de CiU que cerró el Espai Zero de Olot lo primero que hizo fue programar una exposición de belenes. En el relato de Armengol, el capítulo del arte activista, con Núria Güell como la gran chispa, es de los más cortos. Y creo que no es un error del autor.

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