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Editorial

Todo es bueno, lo que la olla cuece

Todo es bueno, lo que la olla cuece

La agresión en serie a toda una serie de obras de arte por parte de activistas contra el cambio climático ha sido el tema de conversación sobre el que todos hemos jugado a posicionarnos. En ocasiones este posicionamiento toca sensibilidades que son más prácticas que estéticas, y uno acaba pensando en las consecuencias laborales de la persona encargada de vigilar esa sala o en el trabajo extra que el equipo de restauración deberá encajar entre los trabajos ya programados. Así, la causa medioambiental y el valor artístico quedan, por igual, no relegados, pero sí como un condicionante más del hecho.

Lo cierto es que los museos se han convertido indudablemente en las víctimas de estas acciones vandálicas que, sin duda, impactan más en el trabajo diario de la comunidad museística que en la consciencia medioambiental. Toda acción supone la activación de unas conexiones que implican otros aspectos de cariz más empático, incluso ridículamente anecdótico. Recordé las peleas entre hermanos y cómo la mejor de las venganzas era destruir lo que sabías que tu hermano más apreciaba, lo que tenías terminantemente prohibido tocar, mirar y ni siquiera respirar a menos de 10 centímetros. Lo que tenía el brillo de la venjanza.

Venganzas en el arte han habido muchas. En 1914 la sufragista Mary Richardson atacó a Venus del espejo de Velázquez para reivindicar el voto femenino en el Reino Unido. Pero sólo es un ejemplo de los múltiples actos de iconoclastia que han nutrido las historias del arte. La más conocida, la querella iconoclasta que tuvo lugar en el Imperio Bizantino en los siglos VIII-X, es utilizada en muchas argumentaciones como evento destacado de esta destrucción de imágenes. Lo cierto es que en aquella ocasión, como en tantos otros, la discusión no iba propiamente dirigida contra el arte, sino contra las representaciones de tipo religioso. La imagen no era tanto lo que se presentaba sino lo que representaba, y aquello no era otra cosa que los motivos políticos y religiosos que enfrentaron a los emperadores contra el creciente aumento del poder del monacato. En el primer tercio del siglo XX, la Escola d'Annals nos ayudó a entender un poco más el sentido de la historia y puso de manifiesto que el interés histórico no radicaba en el acontecimiento político o en el propio individuo, sino en los procesos y estructuras sociales que les rodeaban. Así, lo social también supone un impacto para la producción artística de modo que, y como señala Bruno Latour, el object/thing produce una sociabilidad específica a la vez que produce un espacio. Por este motivo, lejos de rasgarnos las vestiduras, tranquilidad, las obras de arte son y serán todo lo que producen y lo que destruyen más allá de su vitrina áurea.

Por otra parte, estas acciones y las reacciones consecuentes ponen de relieve el carácter de escaparate preciosista que hemos cultivado en torno al mundo del arte. Destacamos que muchos de los ataques se han producido en museos europeos. No se respeta lo que no se siente como propio. Quizás, y más allá de la pertinencia de la protesta medioambiental, el exceso preciosista nos ha llevado a ver los objetos artísticos como objetivos a atacar y no como lo que se supone que deberían representar, es decir, unos valores culturales compartidos que nos construyen y que revierten en el crecimiento de la comunidad en la que vivimos.

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