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Reportajes

Pongamos que hablo de Madrid

Somewhere, 2025, ©Aleix Font
Pongamos que hablo de Madrid

Repiten, como una cantinela fantasmal, ese mantra según el cual se va “de Madrid al cielo”, declaman, con resonancia hueca, que todo el mundo es bienvenido, bailan en una baldosa el chotis, montando, por doquier, agasajos postineros, viralizada “la crema de la intelectualidad”. En los oráculos irrefutables han escuchado que “lo que no sucede en la capital no existe”, teorema que ni siquiera el idealismo de Berkley pudo presentar de forma tan diamantina. El jolgorio autocelebratorio convierte a los periféricos en sombríos cuando no en abismalmente depresivos. De forma brutal, pero, valga la paradoja, casi inadvertida, se reinstauró el centralismo de una España que convirtió la “vertebración” (postulada por Ortega y Gasset) en un vasallaje a los señoritos que están en las estancias del poder, casi atornillados al “kilómetro cero”.

Sonará críptico, pero en realidad aludo al desastre que ha supuesto la hipercentralización que desmanteló todo el estado de las autonomías y cualquier proyecto de corte “federal”. En el ámbito cultural ha tenido tantas consecuencias como en todas las demás determinación políticas y económicas. No exagero: el poder (político, económico, mediático y cultural) se ha concentrado y todo aquello que no se “cocine” en ¡Madrid! (con esos signos de admiración de sus campañas publicitarias desaforadas) desde los años del “aznarato” en realidad toma la textura de una bruma inconsistente.

Cuando hace más de una década se mudaron a la sombra del MNCARS (en la calle Doctor Fourquet) una serie de galerías, esperando unas “limosnas” en forma de compras institucionales que raramente llegaron, escuché (perplejo, todo tengo que decirlo) a un veterano marchante de Barcelona comentar que estaba demasiado viejo porque, sin duda, “lo que había que hacer” era instalarse en Madrid. No hacía falta pirotecnia; el personal daba palmas con las orejas: felicidad completa porque el arte contemporáneo tenía “brotes verdes” (recordad aquella patética metáfora del tiempo de la crisis de la burbuja inmobiliaria y el subsiguiente proceso austericida) en plena meseta.

La apoteosis del centro genera toda clase de patologías, desde la victimización periférica a la sordera deliberada frente a cualquier diferenciación, la megalomanía imitativa o el regodeo en las poéticas del fracaso. Lo cierto es que faltan espacios de diálogo, respeto y construcción de redes que permitan que un artista o cualquier otro agente del sistema del arte no tenga que soñar y mistificar una capital (un tanto retro-zarzuelera) que es menos acogedora que omnívora.

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