La reciente publicación del catálogo de la Colección Singular Guissona es producto de la colaboración entre la Fundación Josep Santacreu y la Fundación BonÀrea. El volumen reúne las obras de 23 autoras y autores que trabajan desde una condición neurodivergente. Los trabajos surgen en los talleres de entidades como la Fundación Catalana de Parálisis Cerebral, la Fundación Estimia, la Fundación Asproseat, Cal Santacreu y los Servicios de Atención Diurna de la Fundación Ampans.
Una realidad cada vez más importante, con un peso significativo en las vidas de todos los participantes. Usuarios, entidades y familias forman una red que permite un espacio de creación sin que sea necesariamente considerado un espacio clínico, sino simplemente terapéutico. Sin embargo, como dice Eva Calatayud, directora del programa ArtSingular de la Fundación Josep Santacreu y autora de esta compilación, éste es un trabajo sin inscripción institucional en la red de museos públicos e incluso privados. Mientras el sistema del arte ha asumido convertirse en el reflejo de un mundo que incorpora derechos nuevos cada día, en un arco que va de la descolonialidad al espectro queer, el límite de esa apertura aparente lo marca la neurodivergencia. La producción realizada en entornos psiquiatrizados ha sido tradicionalmente etiquetada como una modalidad marginal. Pero, cuando se ha reconocido, se ha realizado desde los parámetros de una historia del arte neurotípica.
La irrupción del arte bruto en los años de la posguerra europea ha marcado profundamente nuestra relación con las expresiones derivadas de personas neurodivergentes. El término arte bruto llena un agujero de dimensiones desconocidas en la forma de entender el arte del siglo XX. El artista Jean Dubuffet le acuñó a partir de una empresa dedicada a extraer sistemáticamente las creaciones realizadas por pacientes ingresados en instituciones psiquiátricas para después llevarlas a entornos del mundo del arte.
Una extracción inspirada en las empresas de carácter etnográfico que, a finales de los años veinte y treinta del siglo pasado, dieron lugar al nacimiento de colecciones y museos con la ambición de tener alcance universal. Entre otros motivos, porque el objetivo era tan ambicioso como representar la evolución de la humanidad. La Declaración Universal de Derechos Humanos, emitida en París en 1948, venía a remachar un período traumático en el que el fin del mundo se vivió como un delirio transversal que tanto afectaría a personas con una patología declarada como aquellas otras supuestamente normales. Acabada la guerra, ese sufrimiento había sido el laboratorio para concebir un nuevo humanismo. El arte sucio aspiraba, nada menos, a integrar la locura en esta nueva era de la humanidad que salía malherida del conflicto bélico. Aquel modelo de integración priorizaba una segregación institucional que, con la excusa de proteger una diferencia radical, mantenía las creaciones de personas psiquiatrizadas al margen del resto del sistema del arte.
Ahora el reto es evidente: incorporar las creaciones de autoras y autores como las que incluye este volumen editado por ArtSingular implica un cuestionamiento del “imperio de la normalidad”, tal y como se traduce en las instituciones del arte. Por eso, un reconocimiento efectivo no puede hacerse aislando por enésima vez las obras. Es necesario presentarlas y divulgarlas como objetos integrados en un dispositivo terapéutico. El volumen del que hablamos acompaña la introducción de cada autora –que, por cierto, no entrega ninguna etiqueta o diagnóstico clínico de los usuarios– con el testimonio de las monitoras. Una de ellas, Petra Gaule, resume la atmósfera de estos talleres y dice: “Todos trabajan con gran concentración y ganas. Manifiestan toda su creatividad. No hay pausas, aprovechan el tiempo al máximo, no pierden ni un minuto, y esto puede verse en los resultados.”
Unos resultados que, sin embargo, no circulan en condiciones de igualdad en nuestro espacio público. Las etiquetas a menudo añadidas para señalar de dónde vienen este tipo de obras nos recuerdan que no compartimos las mismas condiciones de ciudadanía y que existen diferencias significativas. Obras como las que se incluyen en este catálogo denuncian un desequilibrio de las partes y, al mismo tiempo, proponen un punto de encuentro entre quienes las han creado y quienes las consideran obras de interés estético. La calidad de este punto de encuentro es lo que de verdad importa, lo que debe emocionarnos.