El imperativo social de ser felices siempre, no importa dónde, cómo y a qué costo, termina mordiéndose la cola en una de las épocas más deprimentes y oscuras para la humanidad. ¿Sabemos ser felices sin consumir? ¿Podemos ser felices aislados digitalmente? ¿Cuánto cuesta hoy en día ser feliz? La BOG25 adopta el eje curatorial "Ensayos sobre la felicidad", abrazando estas preguntas y dinamizando su mirada no solo por la inclusión de un verbo, sino por su doble interpretación: probar, experimentar y profundizar, reflexionar, y tomando también una merecida pausa en la luctuosa narrativa colombiana enfocada en la violencia histórica.
La exploración de escenarios futuros menos signados por el dolor tampoco busca adoptar un enfoque simplista o escapista, como nos dice Elkin Rubiano, miembro del comité curatorial: “La felicidad hoy en día es algo problemático en sí misma. Aparecen encuestas indicando cuál es el país más feliz del mundo, y en eso Colombia ocupó hace unos años los primeros lugares; pero esto era algo más publicitario, porque los indicadores que tenían en cuenta no medían la felicidad, sino la alegría, que es un momento espontáneo, mientras que la felicidad está más unida a nociones de bienestar. De hecho, al índice de felicidad le llaman índice de bienestar subjetivo y Colombia, en ese índice, está por debajo de la mitad del resto del mundo”.

John Gerrard, Surrender (Flag), 2023.
Para poder abarcar una ciudad tan compleja como Bogotá (8.000.000 de habitantes y 1.800 km cuadrados) con una historia de migraciones que acentúan estratificaciones sociales, fusionando lo rural y lo urbano en las periferias (quizás buscando la felicidad), el proyecto curatorial planteado desde lo dinámico permite también articular tres convocatorias públicas en las categorías de Intervenciones Artísticas Barriales, Curadurías Artísticas Independientes y Arte Popular, además de ejecutarse en varias sublíneas para ahondar en múltiples posibilidades del concepto felicidad: Goce y Ocio aborda la acción colectiva, el carnaval y el juego; Ritual y Naturaleza examina paraísos artificiales, nuevas percepciones, estados alterados y procesos de sanación; Estratigrafías analiza la segregación y la endogamia en una ciudad dividida por estratos socioeconómicos; Tierra Fría se concentra en Bogotá como una ciudad helada en un país tropical, investigando su ecosistema; La Promesa considera Bogotá como un lugar de acogida y aspiración a una vida mejor y, finalmente, Optimismo Tóxico revisa críticamente la literatura de autoayuda, el negocio asociado al imperativo actual de ser feliz con compras, libros, fórmulas y clics.
Presupuestos, proyecciones y posibilidades
“Las bienales también son ejercicios en explorar las condiciones de posibilidad”, reflexiona Jose Roca (asesor internacional del Comité Curatorial), y continúa: “Hay muy pocas bienales en el mundo (...) en donde no hay límites, pero la mayoría de las bienales tienen que jugar con las contingencias, las posibilidades, las negociaciones, los techos presupuestales, la precariedad de las instituciones y las temporalidades de sus funcionarios.” Porque “Lo peor que le puede pasar a una bienal es no volverse a realizar. ¿Cómo llamas a una bienal de la cual se hizo una sola versión?”, se pregunta Roca. Por eso aceptaron el reto de no contar con los tiempos clásicos de preparación y poder asegurarse el hacer dos versiones bajo esta administración y articularla con otras apuestas de dinamización cultural, pues esta BOG25 es inseparable del Festival Internacional de Artes Vivas, que se desarrollará también de forma bienal en los años pares.
Organizada por la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, la BOG25 cuenta con una inversión de €1.500.000 aproximadamente, proyecta una movilización de 60.000 espectadores y la generación de más de 1.500 empleos directos e indirectos en la capital, activando al menos 30 espacios públicos y culturales.
Este deseo político casi que se lee como el deseo de fomentar un habitus cultural que dinamice en Bogotá una especie de GPS social y cultural interno que le permita a poblaciones no acostumbradas a la reflexión estética a navegar el mundo del arte y la cultura, quizás contribuyendo a la felicidad, buscando reducir el estrés, aumentando la confianza y extrayendo placer y sentido de pertenencia de esas experiencias cuestionadoras.

Alfredo Jaar, Estudios sobre la Felicidad, 1980-1981, Chile.
Las bienales como espacios dinámicos de especulación
En el contexto colombiano, la BOG25 marca un hito y una evolución en las bienales de arte. “Mucha gente cree que si se invitan artistas internacionales a un evento nacional es por ganar público, visibilidad o porque son artistas de moda”, nos dice Jaime Cerón, miembro del comité curatorial, “pero casi siempre se involucran porque generan unos diálogos intrínsecos con la práctica artística local y complementan lo que ya está pasando con ciertos esfuerzos que en Bogotá han sido notables, como el Premio Luis Caballero, establecido en 1996 y que se enfoca en artistas posicionados, pero de distintas edades, y que ya llegó a su 12ª edición en 2025”.
“En un contexto más amplio, ¿qué es una bienal?”, se pregunta Jose Roca. “¿Para qué sirve? ¿A quién va dirigida? (...) Una bienal es también un espacio de especulación. No es una exposición colectiva donde uno toma un tema y ese tema lo articula con la relación entre las obras, que es lo que hacemos por lo general los curadores independientes. (...) una bienal es más como lanzar una serie de inquietudes, recoger cosas, ponerlas en relación, pero siempre entendiendo que eso está siempre en una fuga”, otro verbo energético para denominar una apuesta que busca dinamizar un aparataje tan complejo y paquidérmico como puede llegar a ser una bienal.

Beatriz González, La felicidad de Pablo Leyva, 1977. © Nicolás Jacob. Cortesía Casas Riegner.
Entre el consenso y el riesgo.
Sobre los riesgos y ventajas de una curaduría colectiva, Roca nos comenta: “...aquí hay una diversidad muy grande de miradas. Nos reuníamos todas las semanas a plantear, o bien artistas, o bien prácticas, o a veces obras que nos interesaban, y luego votábamos con la única condición de no hacerlo por las mismas propuestas que uno había llevado.” “Creo que las bienales son un espacio donde se puede tomar riesgos”, interviene Jaime Cerón, “para ensayar, para arriesgarse a una línea que tal vez no sea la más frecuente y abrir la posibilidad de altibajos; eso hace que el público se enfrente a un universo más complejo”. Retoma Roca: “...el problema que tiene el consenso es que mata la radicalidad y, por lo general, propuestas muy radicales no avanzan cuando hay curadurías consensuadas. Entonces nos dimos también una regla y era que cada uno podía tener 1 o 2 comodines (wild cards) donde decíamos: "Yo me la juego por esta práctica" y nadie podía decir no, y entonces realmente podías hacer la apuesta por un artista que considerabas realmente era importante.”
De estas discusiones surge una potente lista con una baraja de nombres establecidos y nuevos como Johan Samboní, John Gerrard, Ángela Teuta (cuya propuesta para el premio Luis Caballero se articula al recorrido), Iván Argote, Rejane Cantoni, Alejandro Tobón, Museo Aero Solar, entre otros, y por supuesto Alfredo Jaar y Beatriz Gonzalez.
Las felicidades de Jaar y González
Como referentes históricos del arte latinoamericano de finales de los años 70 y principios de los 80, las obras de González y Jaar son referentes centrales de esta bienal, pues exploraron la noción de felicidad de manera crítica, evidenciando tensiones y complejidades contextuales. Beatriz González (Colombia, n. 1938) es una artista que fusiona la historia política y social del país con la cultura popular y los medios a través de la apropiación de imágenes periodísticas y mediáticas, transformándolas en pinturas, muebles o instalaciones que cuestionan la representación y la memoria colectiva (Museo de Arte Moderno de Bogotá, s.f.). Su serie "La felicidad de Pablo Leyva" (1977) uno de los referentes del comité curatorial, cuestiona la felicidad de manera crítica, mediante la exploración de contradicciones inherentes a esta noción en el contexto colombiano de la época, exponiendo la superficialidad de ciertos ideales de felicidad e invitando a una reflexión sobre la construcción y consumo social de esta emoción, y cómo las tensiones políticas y sociales de un país pueden influir en su percepción (González, 1977).
Por su parte, Alfredo Jaar (Chile, n. 1956) es un artista, arquitecto y cineasta cuya obra se enfoca en la relación entre arte y geopolítica, abordando temas de injusticia social, conflictos armados y la representación de violencia en los medios. Su trabajo se distingue por una investigación documental y la creación de instalaciones que confrontan al espectador con realidades (Guggenheim, s. f.). La intervención pública "¿Es usted feliz?" (1979) de Jaar en Santiago de Chile, que también sirve de referencia para la BOG25, fue una acción que interpeló a los ciudadanos al distribuir bolsas de plástico con la pregunta "¿Es usted feliz?" en el espacio público, forzando una reflexión individual y colectiva sobre el estado emocional en un momento de represión militar. Esta obra exploró las tensiones entre una felicidad impuesta o esperada y la realidad de un entorno bajo coacción, cuestionando la naturaleza de la felicidad bajo condiciones políticas adversas y la capacidad de declararla libremente (Jaar, 1979). En Bogotá, esta obra de Jaar se presentará en vallas, espacios públicos e incluso durante los intermedios en el estadio de fútbol, buscando, como dice Elkin Rubiano, “que la pregunta ¿Es usted feliz? flote en el aire”.

Beatriz González, Auras Anónimas, 2007-2009. Instalación en cuatro columbarios del cementerio central de Bogotá.
Futuros posibles
En este punto es pertinente preguntarnos: ¿qué le quedará al ecosistema bogotano al terminar BOG25? Bienales como Venecia, ferias de arte como Art Basel Miami o megaeventos como MANIFESTA Barcelona han recibido críticas por su recuperación de espacios que inicialmente son culturales, pero que después priorizan procesos comerciales, y por destinar grandes presupuestos a eventos que no siempre dinamizan el ecosistema artístico o cultural que los acoge. El primero en contestar es Jose Roca, quien tajante asegura: “En un país como Colombia, todo dinero que se invierta en cultura es un peso menos que se va a la guerra, entonces todo lo que se gasta en cultura está bien gastado, básicamente por principio”. Rubiano complementa: “Gran parte del público que va a circular en esta Bienal son estudiantes de colegios públicos, y esto es muy importante, que puedan acceder a una oferta cultural no mediada exclusivamente por el entretenimiento”.
Frente a la pregunta de cómo se imaginan la BOG31 en 6 años, Cerón opina que lo ideal es que sea “una bienal que ya esté institucionalizada y que tenga una mayor autonomía”. Roca espera que “esté bien arraigada por su calidad y que sea una de las bienales de referencia de la región, con un proyecto educativo muy robusto que se desarrolle durante los años en que no hay bienal”. Por su parte, Rubiano espera que suceda con la bienal lo que sucedió con Rock al Parque (el festival de rock público gratuito y al aire libre más grande de Latinoamérica), que cumplió 30 años, porque “terminó profesionalizando las bandas, desarrollando montajes complejos en escena, profesionalizó a ingenieros de sonido y a productores de música. Es decir, que esto termina teniendo un impacto en la creación, circulación, producción del sector”.
Autónoma, institucionalizada, arraigada, de calidad e impacto: Adjetivos deseados para una bienal, o para nuestra felicidad cotidiana. No importa. Ambas son apuestas. Ambas son una decisión: Arriesgarse. Ensayar. Ser.